¡Hola! ¿Qué tal? ¿Se acuerdan que hace más o menos un mes les pregunté sobre temas que les interesaba conocer más? Resulta que un par de personas contestaron que querían saber sobre los límites que nos ponemos a nosotros mismos, específicamente ¿por qué? y ¿cómo lo evito? Tardé un poquito, pero aquí les va, hablemos un poco de estos límites.
Creo que es importante comenzar por definir un límite. Resulta un poco redundante a lo mejor, pero vamos a verlo como un «hasta aquí». Un «esto no me gusta, entonces hasta aquí lo permito» un «por cuestiones fuera de mi control, sólo puedo llegar hasta aquí». Podríamos verlo como un NO, pero un ‘no’ también es un «hasta aquí», sólo que más severo. Puede ser de lo más casual, por ejemplo: «Oye Andrea, ¿quieres ver una película de terror?» «No, me dan miedo, vamos a ver otra cosa». Puede ser algo que no controlamos, como volar; por más que quiera y lo intente, no hay manera en el plano físico en que a mi cuerpo le crezcan alas y pueda emprender vuelo como si fuera pájaro. Puede ser algo gradual como «vamos a patinar si quieres pero estoy cansadísima, yo creo que patinaré como media hora solamente». Puede ser algo fijo o algo flexible, puede ser sobre un tema sumamente importante para la persona, como la comunicación con otros o la sexualidad, o puede ser sobre algo que no tiene gran importancia, como el ejemplo de ir a patinar, que muchas veces quien dice media hora dice cuarenta y cinco minutos.
Teniendo esto claro, entendemos por qué ponemos límites con otras personas, y por qué suelen ser vistos como algo positivo. También nos ponemos límites a nosotros mismos, por ejemplo, en la comida; muchas veces pensamos en comer medio «sano» porque exageramos tantito con las papitas el día anterior. Pasa, y está bien, siempre y cuando no exageremos. Como todo, los límites son armas de doble filo, y el excedernos con los límites puede llevar a consecuencias negativas.
¿Cuál es, entonces, esta línea entre un límite beneficioso y un límite perjudicial? El resultado que obtenemos del mismo, cómo nos hace sentir después y los pensamientos que asociamos a éste. Regresemos al ejemplo de la comida: supongamos que ayer salí con mis amigos, cenamos pizza, comimos papitas a morir, y para rematar, pastel de postre. Por salud física, probablemente lo ideal sería no repetir esta alimentación varios días seguidos ¿no?. Tal vez al día siguiente decido desayunar fruta, comer ligero, evitar comer papitas o pastel otra vez, algo que me diga a mí que estoy en un balance, a veces está bien disfrutar de comer «chatarra» y a veces está bien comer sano y cuidar mi cuerpo, aunque no lo disfrute tanto, y me siento bien al hacerlo, y lo hago convencida que ambas conductas alimentarias son correctas si se toman con medida: ni pura chatarra ni pura comida «fit». ¿En qué momento se puede tornar insano? Si por ejemplo, para compensar el contenido calórico hago ayuno todo el día siguiente, si voy 3 horas al gimnasio para quemar todo, y todo esto sintiéndome sumamente culpable por lo que comí, si me obligo a vomitar porque «no puedo comer eso». Inclusive, si no ceno nada con mis amigos porque «no es sano entonces voy a engordar y no se puede eso».
Creo que ejemplos así son los más fáciles de distinguir, o al menos uno lo pensaría, ¿no? Pero, ¿qué pasa con los más sutiles? ¿con los que no sabemos que estamos marcando? Están ahí cuando nos rehusamos a salir de nuestra zona de confort porque ahí estamos «bien»; están cuando nos toca intentar algo nuevo y lo primero que pensamos es «no puedo». Aparecen cada que pensamos «yo no soy buenx para eso», cada que vemos a alguien en redes y decimos «me encantaría ser así, pero no podría». En el trabajo muchas veces nos llegan cosas nuevas y antes de enfrentarlas y ver bien qué hay que hacer, llegó el pensamiento de «esto es muy difícil y no voy a poder». ¿Quién dice? ¿Por qué nos tiramos para abajo antes de siquiera intentar?
Se entiende que la confianza en uno mismo a veces flaquea y a veces está ahí. Cuando nos enfrentamos a algo que sabemos hacer, no tenemos problema en confiar en nuestras habilidades, es más, ¿cuántas veces has dudado de tu capacidad de hacer unas quesadillas o un cereal con leche? (este ejemplo considera una persona sin ningún tipo de discapacidad motriz que impida hacer unas quesadillas. Si tú tienes alguna, imaginemos que hablamos de pedir que te hagan dichas quesadillas, o tu plato favorito). Probablemente nunca, pero en algún momento no sabías hacerlo y tuviste que aprender.
En consulta, me he encontrado con muchas personas que consideran ser malxs en su trabajo o no tener las herramientas necesarias en su día a día porque se enfrentan a situaciones desconocidas que les generan preocupación o estrés, y por ende, se etiquetan de inseguros. Analicemos este mensaje: aparte de decirme que no sé hacer algo, me estoy diciendo que encima, no confío en mí ni en que lo pueda hacer. Esta limitación sobre nuestras habilidades y capacidades que nos inventamos, ¿nos sirve de algo? ¿nos alienta o impide a veces que intentemos cosas nuevas?
La clave para empezar a auto-limitarnos menos es confrontarlos. Para esto, el primer paso es darnos cuenta de cómo nos hablamos y qué tanto nos marcamos estas pautas limitantes. Te invito a estar atento a cómo te hablas, y que identifiques si esos pensamientos que tienes sobre ti mismo te alientan a alcanzar tus objetivos personales, laborales, sociales, etc. El segundo paso es aceptarlos, es decir, el pensamiento de «yo no sé hacer esto» puede llegar, y a lo mejor es verídico: lo que sigue es lo que podemos trabajar. Entonces, en vez de decirme «no sé hacerlo, no puedo» o » no sé qué es esto, soy malx para mi trabajo o en esta materia», podemos intentar decirnos «no sé como se hace, pero si sé que puedo aprender a hacerlo» «tal vez no sea mi punto fuerte, pero puedo esforzarme y hacer lo mejor que pueda, y adaptarme a mis circunstancias» «me doy cuenta que se me olvidan muchas cosas, ¿qué puedo hacer para que no afecte en mis obligaciones?»
Desgraciadamente, no podemos ser buenos en todo, habrá cosas que nos fallen, siempre seremos mejores para unas cosas que para otras. La confianza en uno mismo nos dice que está bien ser imperfectos, y está bien no saber todo, porque tenemos la habilidad de adaptarnos a las necesidades de nuestro entorno y aprender a resolver lo que no sabíamos hacer. Una vez que tengamos esto claro, los límites empezarán a disminuir por sí mismos.
Como siempre, te invito a reflexionar sobre este tema y cómo se aplica a ti, analiza qué te estás diciendo y si tu discurso interior te está apoyando o te está limitando. Cualquier duda o pregunta, puedes dejar un comentario en el área de contacto, puedes escribirme en mi Instagram @psicologaandreaarrieta o a mi WhatsApp 2292 454710. ¡Nos vemos pronto!